lunes, 2 de noviembre de 2015

Dora y la muñeca

Dora-muñeca


Ya en cierta ocasión, siendo aún muy joven, su madre le advirtió: con tu carácter las mujeres harán de ti lo que quieran. Y es que Tobías era un muchacho tranquilo y paciente, sin muchas aspiraciones en la vida e incapaz de levantar la voz a nadie, por más que le provocaran. Ante los conflictos él siempre agachaba la cabeza y dejaba de lado el asunto, fuera el que fuera, sin esfuerzo alguno.

Cuando conoció a Dora contaba ya con veintisiete años y era todo un maestro como fabricante de muñecas y otros juguetes de madera. Tenía el porvenir resuelto, había heredado la casa de sus padres y no era mal parecido. Ella puso los ojos en él y al instante le colocó el cartel de “esposo”. El, por supuesto, no tuvo nada que objetar.

Los inicios de esta nueva pareja fueron tan dulces como cabría esperar y se prometían un futuro halagüeño que en todo se iba cumpliendo, excepto en la llegada de los hijos. Tobías, a uso y costumbre, lo aceptó sin más; pero para Dora constituyó una gran frustración difícil de soslayar. Fue así que su carácter se fue agriando y las facciones de su semblante se endurecieron. Culpó de su desgracia a Tobías desde el primer momento y no hubo forma de consolarla ni hacerla entrar en razón. Ella provenía de una familia numerosa y todas sus hermanas tenían muchos hijos: ¡la culpa era de Tobías!

Poco a poco dejó de salir de casa y dedicaba la mayor parte de su tiempo a elaborar dulces y pasteles que después comía con fruición. Ganó mucho peso, no atendía sus faenas, dejó de visitar a sus amigas y hermanas y no se interesaba por nada. Lo único que verdaderamente parecía sacarla de su apatía era gritarle al pobre Tobías, con o sin motivo. Generalmente sin él. El resignado artesano trataba de no tenérselo en cuenta y se refugiaba en su trabajo. Cuanto más desgraciado era más hermosas y elaboradas eran sus creaciones y más horas les dedicaba.

Una noche, bien entrado el invierno en el calendario y en sus vidas, se formó una gran tormenta sobre el pueblo. Para terror de todos electrificó el aire y decoró el cielo con temibles rugidos luminosos. Sucedió además que Dora, en plena sintonía con la tormenta y como alentada por ella, comenzó a descargar a la par su ira sobre Tobías.

Las cosas no tendrían por qué haber sido diferentes a otras ocasiones, pero he aquí que él también alcanzó un límite desconocido de desesperación por el infierno en que se había convertido su vida. Puede que se debiera a la tormenta, puede que no, pero por primera vez sintió odio y desprecio en su corazón y lo materializó en un único pensamiento dirigido a su esposa: ojalá fueras de madera y nunca más volvieras a hablar.

Apenas lo hubo pensado la mujer cayó al suelo convertida en una grotesca muñeca. No era como sus otros trabajos que traslucían en sus formas y en sus rostros todo el amor que depositaba en ellos, sino que era de facciones cadavéricas mirada maligna.

Horrorizado y sin querer comprender lo que había sucedido en realidad, recogió del suelo la espantosa muñeca y la arrojó tembloroso al fuego. Al instante el crepitar de las llamas se tornó en gritos desesperados y llantos de mujer. Fue demasiado para él, salió de la casa y se entregó sin reservas a la noche, a la lluvia y a la tormenta. Quizás así pudiera recibir su castigo y expiar su pecado.

A la mañana siguiente dos de sus convecinos lo encontraron ardiendo de fiebre y empapado en un lodazal del camino. Lo llevaron a su casa, lo acomodaron en el lecho con ropas secas y se fueron a sus quehaceres. Dora no estaba, y les extrañó, pero no tanto como ver aquella espantosa muñeca de madera que parecía vigilarles sentada sobre el alfeizar de la ventana…

Julia C. 

Código 1511025695397
Fecha 02-nov-2015 10:21 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0

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