martes, 1 de septiembre de 2015

Cuerpos




No me escondo tras las gafas de sol, sólo las uso para que se sientan seguros. Al fin y al cabo creen que estoy aquí para ayudarles…

Quizás si supieran que los observo fijamente, con deleite y curiosidad unas veces, con franca repugnancia o total indiferencia otras, dejarían de hacer lo que hacen. O puede que lo hicieran de otra forma, de cara a un escaparate imaginario en el que se saben protagonistas. Existe incluso la posibilidad de que se acercaran a increparme molestos u ofendidos por mi insistencia. No, no quiero nada de eso, así que uso mis lentes de cristal extra oscuro. No necesitan saber.

Tengo una posición privilegiada, siempre ha sido así desde que descubrí las muchas posibilidades de este trabajo que otros considerarían insignificante. Es perfecto para mis propósitos y cada jornada se presenta llena de excitantes opciones.

Cuerpos. Se desplazan con rumbo incierto, como si el destino al que se dirigen careciera en verdad de importancia. Se trata de moverse, supongo, de olvidar el sedentarismo al que se vieron sometidos en invierno; puede que también de exhibirse. Simples cuerpos que dejan resbalar el tiempo a su alrededor y sobre ellos, lentamente, de forma ociosa y liberadora según sus absurdos parámetros. Hacia la zona soleada, de regreso a la sombra, a la ducha, hacia la clorada agua sin verdadera intención de sumergirse en ella. Con discreción; con ostentación.

Cuerpos esbeltos, capaces de acompañar el vaivén de la brisa mientras se sacuden con displicencia y despiden microscópicos diamantes desde sus mojadas testas. Otros más pesados, sobre los que la masa azul de la piscina parece ejercer una gravedad inmisericorde. Estos últimos se ven privados de la grácil liviandad en los pasos, pero no os equivoquéis, su humildad y su imperfección también los hace hermosos de algún modo.

Cuerpos esculpidos en gimnasios que han sudado y sufrido por una buena causa mes tras mes y cuerpos de bamboleante grasa cuyos dueños ya no reparan en su existencia. Para qué, ahora que el sebo ganó la batalla tiene vida propia y se alimenta de la desidia, la autocomplacencia, el exceso que calma falsamente ansiedades y penas.

Entorno los ojos para apreciar la calidad de las pieles en detalle. Las hay que enamoran al sol hasta obtener de él la ansiada pátina dorada. Resplandecen ufanas, orgullosas de su esforzada proeza. Pero  tampoco se ocultan quienes las exhiben blanquecinas, invernales, tan fuera de lugar. Seguramente albergan la esperanza de alcanzar un estatus diferente y más agraciado, pero me molesta sobremanera verles pasear entre los elegidos. Pieles tersas e hidratadas que resplandecen de rezumante juventud o arrugadas sin remisión; pieles celulíticas y abollonadas que hacen buena la cruel comparación con una naranja; pieles acariciadas por el bisturí salvador, meticulosamente depiladas y en perfecto estado de revista; o pieles enfermas y maltrechas que buscan alivio bajo el sol que un médico cualquiera les prescribió.

Busco un cuerpo, sólo uno de entre los muchos que vigilo desde mi torreta roja. Y cada mañana, cuando me encaramo a ella para empezar expectante mi turno, la imagino convertida en un podio de sangre.

Quiero tomarme mi tiempo, darles una oportunidad de competir a todos, hacerlo bien por Max. Cuando se cumpla el aniversario que este mundo egoísta ya ha olvidado, mi ganador subirá a él y lucirá sin vida para espanto de los culpables. Nadie le ayudó el día que se ahogó; ahora uno de ellos ha de pagar en su memoria.

Julia C.




Código 1509015052114
Fecha 01-sep-2015 20:06 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0

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