jueves, 19 de marzo de 2015

La otra historia de Caperucita

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Siempre he pensado que Caperucita tenía muy poco de inocente y que en realidad su paseo por el bosque no perseguía más propósito que el de seducir al leñador. Este se había convertido en el objeto de sus más ardientes fantasías desde que le vio desnudo bañándose en el río.  El día al que se refiere el cuento se sentía presa de un “ataque hormonal” que le negaba el sosiego a su joven cuerpo, así que decidió salir al encuentro del leñador confiando en que la casualidad la favoreciera. Si conseguía su propósito ya vería después cómo engatusarle con sus maneras de lolita, el cuerpazo que la madre naturaleza le había regalado y esa ridícula capa roja que ha dado lugar al título de la historia. En realidad el único encanto de la prenda es que Caperucita se despojaba de casi todo lo demás en cuanto se adentraba en el bosque y perdía de vista a su madre. Normal que la capita de marras creara expectación, como que iba semidesnuda al estilo de una ninfa exhibicionista y macizorra.


También creo que engañó a su madre. No quería la miel para llevar un presente a la abuelita, sino que soñaba con usarla para convertir al leñador en un caramelo gigante con el que deleitar su lascivo paladar. Siendo una chica práctica como era, pensó que además serviría de reconstituyente a las energías de aquel hombretón que penaba sudoroso de sol a sol.


Pero el caso es que aquel día la diabólica Caperucita no encontró al leñador, y furiosa por la poca costumbre de verse insatisfecha, se dirigió realmente a casa de la abuelita. Por supuesto no iba a visitarla, como nos han hecho creer, sino para recuperar unos porros que había escondido tras la chimenea. 


Lo que ni ella ni nadie podía sospechar es lo que en la apartada cabaña de la anciana había sucedido: un travesti incomprendido había hecho realidad por fin su sueño de vestirse de mujer con las cosas de la abuelita. Era miércoles de póker y ella había acudido a casa de una conocida bruja de otro cuento a quien no mencionaremos por respeto a su intimidad. En aquella época lo de los travestis no estaba muy bien visto, así que dijeron que era un lobo.


Pero en cuestión de hombres nadie podía confundir a Caperucita, que enseguida se percató de la situación. Lejos de asustarse olvidó los porros y reemplazó el capricho por aquel otro hombre con gustos un tanto pervertidos que la encendió de inmediato.


-         Cariñito, cariñito, ¿por qué llevas cinturón de cuero?

-         Es para atarte mejor

-         Cariñito, cariñito, ¿para qué es ese látigo que asoma bajo las sábanas?

-         Es para someterte mejor.

-         Cariñito, cariñito, ¿por qué hay un bozal sobre la mesilla?

-         Es para enseñarte mejor.


¿Qué queréis que os diga? Lo demás lo dejo a vuestra imaginación, pero yo creo que aquella fue la ocasión en que se hizo popular la frase “Dios los cría y ellos se juntan”…

Julia C. Cambil

Código: 1504113821389
Fecha 11-abr-2015 19:50 UTC
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