Deja que apague la
luz. Y deja que te desvista despacio, sin más pretensión que verte con mis
manos. Que el susurro de la ropa en lánguido desmayo, aunque sólo por esta
noche sea, nos cante.
Deja que afloje el
lazo de tu corbata, que desabotone tu camisa y que entre caricias, haga mía tu
respiración entrecortada. Que la negrura que nos ampara sea testigo de tu sonrisa
tímida y la mía descarada.
Deja que apoye mi
mejilla sobre la tuya, que me impregne de la tibieza sutil que irradias. Ando
mendigando con desespero lo que tú derrochas inconsciente, el latir de un
corazón de estreno.
Deja que tome la
temperatura de tus labios con los míos, que el rojo que los tiñe me contagie. Y
no suspires, no voy a besarte: sería trivializar lo sublime del instante que en
tu boca quiere posarse.
Deja que me arrodille
a orillas de tus muslos y que disfrute la fragancia de mil especias que no
existen. Quizás así la sombra del deseo que nos embarga haga caer al fin tu
quietud sosegada.
Deja que tu cuerpo me
cure del tiempo y mil desengaños, esos que padecí en aquellos otros cuerpos
vacíos, sin magia. Es este amor que siento mi condena: solo esta noche me
concedes para atisbar tu alma.
Julia C.
Julia C.
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