El emisario esperaba respuesta, pero nada
acertaba a decir Asura ante el inesperado regalo de aquel a quien estuvo
prometida desde que la primera sangre, roja como rubí, la convirtió en mujer.
Inventó una sonrisa con la que traicionaba
sus sentimientos, contuvo valiente las lágrimas con el envoltorio en su regazo
y luchó contra sus deseos de gritar desgarrada, para que todos supieran. A
cambio fingió no entender y renunció a acariciar por última vez la cabeza
cercenada de Nimba, aquel que desde siempre había poseído su corazón.
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