Siempre tuvo la
habilidad de retener en su memoria los olores con total nitidez, de forma que
poseía todo un catálogo de experiencias olfativas registradas en su cerebro.
Para ella era algo natural, inevitable, y con frecuencia usaba esos registros
para explicarse a sí misma ciertos sentimientos. Le parecía que los olores eran
algo más tangible y fácil de descifrar que los mensajes, a veces en clave, que
le enviaba su corazón. En ese momento, más sola de lo que nunca se había
sentido, se le ocurrió que si tuviera que asemejar su relación con Carlos a un
olor, sería al de la fruta madura en exceso: un punto dulzona y un punto
corrompida, tristemente echada a perder.
Nadie que los
observara podía dudar de que se querían, o al menos de que lo parecía, pero es
que maquillaban cuidadosamente su existencia. Y no era por afán de engañar, ni
siquiera a ellos mismos, sino que la costumbre de los tiempos en que lo eran
todo el uno para el otro los arrastraba con impenitente inercia.
Lástima que
ahora los gestos de cariño estuvieran huecos, los besos secos, las caricias
acartonadas en el olvido de una pasión que había sido sustituida por
confortable rutina. Si se paraba a pensarlo en un descuido echaba de menos
hasta la desesperación los olores de otro tiempo, esos que asociaba a la
exuberancia de cuerpos colmándose uno en otro, a los frutos en plenitud de cada
estación de sus vidas, a las flores y el café de todos los lugares que habían
visitado enlazados por la cintura.
Un insecto fue
a posarse sobre la tibia mancha de luz que el sol proyectaba sobre el dorso de
su mano y el cosquilleo la sacó del ensimismamiento, trayéndola de vuelta a
aquel sofá, a su casa, a la realidad. Miró en rededor: el equipaje estaba en la
puerta, la casa en perfecto orden, un sobre con la nota sobre la mesita del
salón. Bien, ya está.
Inspiró
profundamente y se puso en pie con decisión, como para sacudirse los recuerdos
que debía dejar atrás y que le pasaban como losa para tomar su decisión. Se
encaminó a la salida y aunque no tenía miedo de convertirse en estatua de sal,
tampoco sintió deseos de mirar por encima de su hombro atrás. Jamás olvidaría
el olor a nada de aquella despedida sin palabras…
Qué bonito!! Siempre he admirado a las personas que saben escribir así. Un besito
ResponderEliminarEl blog de Sunika
Gracias +Asuncion Artal, es todo un halago y me alegro si lo has disfrutado.
ResponderEliminarUn besito de buenas noches para tí :)